Siempre se
ha dicho, y por tanto es un tópico, que el piano es el rey de los instrumentos.
Afirmación en sí misma discutible si consideramos el lirismo de los
instrumentos de cuerda, la voz seductora de los de madera, el color tímbrico de
los de metal y la energía de los de percusión.
Sin embargo,
es bien cierto que, desde la perspectiva de la polifonía, el piano, de forma
natural, es el instrumento polifónico por excelencia. Y si esto es así para el
piano en general, ¿qué decir cuando se trata del piano a cuatro manos?
El dúo de
piano a cuatro manos, que es una modalidad de la música de cámara, posibilita
que el piano alcance su máxima potencialidad polifónica al actuar
simultáneamente sobre el teclado dos instrumentistas, con una disponibilidad
potencial de veinte dedos, a lo largo de sus siete octavas y media (ochenta y
ocho teclas).
En estas
circunstancias no es de extrañar que el piano a cuatro manos haya sido elegido
el instrumento idóneo para verter en él transcripciones de sinfonías,
cuartetos, operas etc.; pero lo verdaderamente significativo e interesante, y
es lo que queremos destacar en estas líneas, es que esta modalidad de componer
ha sido elegida por grandes músicos a partir del momento mismo de la aparición
del piano.
Así,
encontramos que Johann Christian Bach, el hijo pequeño de Johann Sebastian
Bach, el llamado «Bach inglés», escribió varias sonatas para piano a cuatro
manos. La forma de escribir de Johann Christian Bach , considerado el primer
concertista conocido de piano, influyó sin duda en Mozart. Fue este último
quien escribió una serie de sonatas para piano a cuatro manos, brillantes,
complejas y evolucionadas, obras que interpretaba con su hermana, siendo
especialmente destacable por su importancia y nivel musical la Sonata en Fa
M (K.V. Nr. 497).
Juan Ortiz
de Mendívil es
pianista. En la actualidad forma dúo de piano a cuatro manos con el eminente
pianista y director de coros búlgaro Dimitar Lazarov Kanorov, dúo que ha
actuado recientemente en diversos teatros y centros de cultura en Madrid.
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También
Beethoven, aunque esporádicamente, escribió para piano a cuatro manos; y pienso
aquí en la Sonata op. 6 con sus dos tiempos: Allegro molto y Rondo.
La compuso en 1796 a la edad de 27 años. Decía en aquel entonces: «Ánimo. Mi
genio triunfará. Es preciso que en este mismo año [1796] se revele el hombre
todo entero». En el Allegro nos encontramos ya, pese a ser una obra de
juventud, con un Beethoven autoafirmativo y turbulento, que fluctúa, en el Rondo,
a esa otra faceta de su personalidad, dulce y amable.
También en
el romanticismo existe una importante literatura para piano a cuatro manos. Si
Schumann adoptó esta modalidad, fue sin duda Schubert quien mostró una
verdadera predilección por el piano a cuatro manos, probablemente porque
necesitaba de una forma ampliada de sonoridad, más rotunda, más poderosa.
Precisamente el catálogo de su obra empieza con una Fantasía en Sol M,
que se supone escribió a la edad de trece años. Lo cierto es que Schubert
cultivó intensamente esta modalidad compositiva, mereciendo especial atención
una obra maestra del género; su famosa, bella y técnicamente compleja Fantasía
en Fa m.
No podemos
dejar de citar entre los grandes románticos a Johannes Brahms, quien eligió el
piano a cuatro manos para dos grandes y significativas obras: Las danzas
húngaras (21 danzas distribuidas en dos cuadernos) y los 16 valses de su Op.
39; una obra magnífica en la que los valses, sin dejar de ser valses,
adquieren tintes y matices rapsódicos y sinfónicos. Tenía 32 años Brahms cuando
compuso estos valses. Poco tienen en común con los de Beethoven o Schubert o
Strauss. Valses densos, profundos, complejos, hermosos, compuestos en 1865, un
año doloroso por la muerte de su madre. Le escribe a Clara Schumann: «Cuanto
más pasa el tiempo más siento la falta de mi añorada madre».
Y
refiriéndonos ya al piano a cuatro manos en el pasado siglo XX, tenemos que
citar, entre otros, a Gabriel Fauré, Claude Debussy, Maurice Ravel, Erik Satie,
Francis Poulenc. La Petite Suite de Claude Debussyes una obra sabia,
sensual, imaginativa y deliciosa, escrita a la edad de 27 años, en 1889. Años
felices en los que convive con Gaby, «la de los ojos verdes», en el París de la
Exposición Universal. Debussy explota inteligentemente todos los resortes del
piano a cuatro manos, usando una forma de escribir que obliga a los intérpretes
a tocar de una forma compacta, sabiamente entrabada, especialmente atentos a esa
«quinta mano» que es el pedal, y que debe ser cuidado hasta el extremo.
Finalmente,
una obligada cita a Maurice Ravel. Mi madre la Oca la escribe Ravel a la
edad de 33 años en 1908. Glosa musicalmente una serie de cuentos; entre ellos Pulgarcito
(de Perrault), Feúcha, reina de las pagodas (de Madame D'Aulnoy), Las
conversaciones de la Bella y la Bestia (de Madame Leprince de Beaumont),
transcribiendo en la misma partitura y a guisa de encabezamiento, algunos
extractos de los cuentos. Por ejemplo, en Las conversaciones de la Bella y
La bestia: «No, querida Bestia, no moriréis, viviréis para ser mi esposo».
Maurice
Ravel, con su inmensa maestría de instrumentador, realizó posteriormente una
versión orquestal de esta obra, pero me atrevería a decir que la versión
inicial para piano a cuatro manos tiene, con su depurada y compleja escritura,
un encanto y una pureza insuperables, dejando un amplio margen de libertad a la
imaginación. En esta obra, el perfeccionismo y sentido lúdico de Ravel, raya en
ocasiones en la extravagancia, obligando a los intérpretes a tener que hacer
filigranas en el teclado para intentar ser fieles a la escritura del autor, tan
celoso de la exactitud.
Resumiendo,
diríamos que la modalidad del piano a cuatro manos, con la presencia de dos ejecutantes
en el mismo teclado, sitúa a esta particular forma de ejecución pianística en
el campo de lo concertante, y requiere una gran capacidad de colaboración y
compenetración entre los dos pianistas, que se sirven mutuamente en unos casos
y se aúnan y multiplican en otros hasta alcanzar el máximo clímax sonoro.
Añadamos a
ello que todo esto implica, en ocasiones, un cierto funambulismo que suele
sorprender y divertir al público no habituado, y exige a los pianistas que
forman el dúo de piano a cuatro manos una exagerada precisión, ilimitada
coordinación y mutua atención, lo que convierte a esta modalidad de música de
cámara en una arriesgada aventura. Una temible y maravillosa aventura.
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